Capítulo 1: La Dispensación Actual

Por Neal R. Thomson. Publicado en las páginas 17 a 28 del libro El Lugar de Su Nombre. Un Simposio sobre la Iglesia. Su Diseño, Doctrina y Prácticas. Por 20 Autores. Tercera Impresión (2000)

1. ¿CAMBIA DIOS?

Hace más de un milenio, un renombrado creyente dijo: «Al distinguir las dispensaciones, se armonizan Las Sagradas Escrituras.» Él hacía referencia a los cambios en la manera cómo Dios ha tratado la humanidad desde Adán hasta la época presente. Los incrédulos que critican la Biblia, dicen que hay contradicciones en ella. No las hay, pero ellos no entienden las diferencias dispensacionales, aunque la misma Biblia las explica. Muchos creyentes quedan confundidos por los aparentes cambios que se hallan a través de la Biblia, desde el Antiguo hasta el Nuevo Testamento. Están tentados a creer que Dios es cambiadizo. Pero la Biblia declara: «Yo, Jehová, no cambio». «El Padre… en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación» (Mal. 3:6, Sant. 1:17).

Es claro, pues, que Dios nunca cambia en cuanto a su carácter. Él es soberano, y le asisten razones providenciales para actuar en una f0rma hoy, y en otra mañana. Aun el hombre ejemplar, conocido por su carácter recto, imparcial e incambiable, puede cambiar su manera de tratar a su hijo. Cuando era niño, le castigaba duramente para enseñarle; pero en su madurez le instruye con cordura para que su comportamiento sea con dignidad. Tal hombre no es cambiadizo.

Igualmente bajo la Ley, Dios trató a los creyentes de Israel como niños, pero ahora trata a los creyentes de la Iglesia como hijos adultos y crecidos, ya que tienen más desarrollo y revelación bíblica (Gálatas 4:1-7). Ahora no estamos bajo la Ley de Moisés con su pena de muerte. Vivimos en una dispensación de gracia. Al entender esto, vemos que no hay discrepancia entre las cosas escritas en el Antiguo Testament0 y en el Nuevo. Por ejemplo, como el hombre libre tiene derecho de cambiar su residencia y el diseño de su casa sin ocasionar crítica, Dios también ha cambiado su «residencia terrenal». Aunque el cielo es su trono y morada eterna, Él vino a habitar una casa terrenal, para acercarse a la humanidad y ser mejor conocido de ella. Por consiguiente, mandó a Moisés hacerle una casa: «Harán un santuario para mí, y habitaré EN MEDIO DE ELLOS. Conforme a todo lo que yo te muestre, el diseño del tabernáculo, y el diseño de todos sus utensilios, ASÍ LO HARÉIS” (Exo. 25:8-9).

Años después, Él mandó a Salomón hacerle otra casa, pero muy diferente ahora en su forma. El Tabernáculo era una construcción portátil y desarmable, de apariencia humilde desde afuera, pero con la edificación del Templo, se hicieron grandes cambios de diseño; sin embargo, ambos lugares se conocieron como «La Casa de Dios». El Templo fue un edificio firme y permanente, de apariencia gloriosa, forrado de oro. Dios escogió el LUGAR de su ubicación, y reveló a Salomón, por medio de David, su plano o diseño y el orden de su servicio, y dijo: «Yo pondré MI NOMBRE para siempre en esta casa, y en Jerusalén, a la cual escogí de todas las tribus de Israel». «Todas estas cosas, dijo David, me fueron trazadas por la mano de Jehová, que me hizo entender todas las obras del DISEÑO» (2 Reyes 21:7, 1 Crón. 28:11-13 y 19).

En los días de los apóstoles, leemos de la Casa de Dios como un edificio espiritual compuesto de creyentes como piedras vivas. Ya pues, ha habido otro cambio en la forma de su Casa (1 Pedro 2:5). Pero la misma presencia de Dios se ve morando en este lugar. El Señor dijo: «Donde están dos o tres congregados en mi NOMBRE, allí estoy yo EN MEDIO DE ELLOS» (Mateo 18:20). Dios trazó el diseño de esta Casa en los escritos de los Apóstoles. En relación a la edificación progresiva de la Iglesia en Corinto, el apóstol dijo: «Somos colaboradores de Dios… Yo, como perito arquitecto, puse el fundamento, y otro edifica encima; pero CADA UNO MIRE COMO SOBREEDIFICA» (1 Cor. 3:9).

Considerando estos casos, se ve que aunque ha habido cambio en la forma y apariencia de estas tres moradas divinas, el Tabernáculo, el Templo y la Iglesia, no ha habido cambio en los siguientes principios:

  1. La Casa es de Dios; es el lugar de su Nombre, lo cual significa que es de su propiedad. Él es su dueño, y tiene derecho de ordenar su Casa y mandar según su propia voluntad. Los demás tenemos igual derecho en nuestra propia casa, pero no en casa ajena. Por lo tanto, tenemos que aprender cómo comportarnos en la Casa de Dios (1 Timoteo 3:15). Un hijo desobediente infringe el orden de la casa y deshonra el nombre del dueño.
  2. Dios está en medio de su pueblo. Él ocupa el lugar principal y céntrico. En la Iglesia, Cristo es Cabeza, «para que en todo tenga la preeminencia» (Col. 1:18). Si otro allí busca gobernar y dirigir según su parecer, entonces desprecia al Señor de la Casa.
  3. La forma de su edificación y el servicio tienen que ser según el diseño divino, establecido al principio.
  4. «La santidad conviene a tu casa, oh Jehová, por los siglos y para siempre» (Salmo 93:5). Esta condición es conforme al carácter de Dios y no puede ser alterada.

Desde tiempos antiguos hasta esta dispensación ha habido cambios en la forma y orden de «la Casa de Dios», pero no se puede decir que Dios es cambiadizo o caprichoso; siempre ha tenido causa y razón para las variaciones. Por medio de la forma del Tabernáculo, Dios prefiguró el carácter humilde de Cristo en su vida terrenal, mientras que dentro del templo de su cuerpo moraba la gloria de la Divinidad (Juan 2:21). En el Templo de Salomón, Dios anticipó la gloria que Cristo mostrará en su Reino milenario. Por la Iglesia, Dios manifestará en lugares celestiales la honra de Cristo como Cabeza y Señor de los redimidos, quienes, por su sumisión y obediencia, le darán a él la preeminencia. Los cambios de Casa, pues, no han sido caprichosos; Dios ha tenido sus motivos en hacerlos.

 2. LAS DISPENSACIONES

La Biblia no hace una lista de las diferentes dispensaciones; por lo tanto, los distintos maestros no las han distinguido en forma idéntica. Pero la siguiente lista ayudará al lector a apreciar algunas de las dispensaciones:

  1. La Inocencia: desde la creación del hombre hasta su caída.
  2. La Conciencia: en días antes del Diluvio.
  3. El Gobierno Humano: después del Diluvio.
  4. La Promesa: desde Abraham hasta Moisés.
  5. La Ley: desde el Exodo hasta Cristo.
  6. La Gracia: desde Cristo hasta su Segunda Venida.
  7. El Reinado: durante el Milenio.

Se puede decir que la Dispensación del cumplimiento de los tiempos (Ef. 1:10), es otra, y se refiere a los Nuevos Cielos y la Nueva Tierra. Si es asi, entonces el significado de los números se destaca, porque el número 7 es el de la Perfección (siendo la séptima dispensación la del Reinado de perfecta administración), y el número 8 es el de las Cosas Nuevas (la octava dispensación engloba la Creación nueva en el futuro).

Es cierto que la palabra dispensación no quiere decir un periodo de tiempo, sino de administración; pero cada forma distinta de administración divina está relacionada a una época o período de tiempo, tal como cada régimen humano o administración gubernamental dura por ciertos años.

Estos cambios de dispensación se demuestran, por ejemplo, en el trato del homicida. Dios no mandó a matar a Caín por la muerte de Abel, su hermano. Todavía no estaban establecidos gobiernos entre la poca gente del mundo. Quizá la pena de muerte hubiera ocasionado desorden total por venganza personal, como se ve entre tribus y aun familias hoy en día. Pero cuando se formaban las naciones después del diluvio, Dios estableció la pena de muerte en casos de homicidio. Luego, bajo la dispensación de la Ley de Moisés, la pena de muerte se aplicó también a los delitos de politeísmo, idolatría, blasfemia, profanación del sábado, adulterio, etcétera. La Ley era estricta en ejecutar juicio, no concediendo oportunidad de arrepentimiento. La Ley se habia dado para enseñar al mundo acerca de la seriedad del pecado. y el castigo que merece.

Después. «la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo» (Juan 1:17). La gracia no cierra los ojos al pecado, porque eso sería contra la verdad. Pero la gracia concede la oportunidad del arrepentimiento y del perdón. Dios manda a separar de la comunión de la iglesia local a los culpables de los pecados alistados en 1 Cor. 5:1-13. El propósito de esta disciplina es demostrar la maldad del pecado, pero a la vez, la misericordia de Dios al infractor que manifieste arrepentimiento y cambio de vida; siendo perdonado por Dios, él puede ser restaurado a la comunión de la asamblea.

Otro ejemplo del cambio se nota en relación a la comisión de predicar el evangelio dada a los apóstoles de Cristo. Su propio ministerio fue casi totalmente dentro de los linderos de Israel, y durante su vida Él mandó a sus discípulos a predicar exclusivamente a Israel («Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis», Mateo 10:5). Pero, después de su resurrección, el Señor dio una NUEVA COMISIÓN a sus discípulos de predicar el evangelio a toda criatura en todas las naciones, en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra (Mateo 28:19, Marcos 16:15, Hechos 1:8).

En la obra y ministerio del Espíritu Santo en el Antiguo y Nuevo Testamento, se evidencia también el cambio dispensacional. En la antigüedad, leemos que el Espíritu vino sobre Otoniel, Gedeón, Jefté, Sansón, etc. Se apartó de Saúl, y David oró que no le fuera quitado (Jue. 3:10, 6:34, 11:29, 14:6, 15:14 y Sal. 51:11). Durante la vida del Señor Jesús, individuos podían buscar, pedir y recibir al Espíritu (Luc. 11:13). Pero, después de su resurrección, el Señor dijo a sus discípulos que esperasen en Jerusalén hasta el cumplimiento de la promesa dada en Juan 14:16: «Yo rogará al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: El Espíritu de verdad». El día de Pentecostés, día domingo, 50 días después del sábado pascual (o sea el día que seguía el séptimo sábado), el Espíritu Santo descendió sobre los 120 discípulos reunidos en Jerusalén y llenó la casa. En este día se introdujo algo completamente nuevo: LA IGLESIA. Cada uno llegó a ser llenado por el Espíritu, y su cuerpo fue hecho templo del Espíritu Santo (1 Cor. 6:19). No fue el producto de algún desarrollo espiritual o asunto de fidelidad o de fe individual; el Espíritu vino a morar en cada miembro de la Iglesia. Desde entonces, el Espíritu Santo mora en cada persona que cree en Cristo como su Salvador.

En 1 Corintios 12:13 se explica el significado del Bautismo en el Espíritu Santo. Siempre el bautismo es figura de muerte, sepultura y resurrección. Con el bautismo en el Espíritu, llegó a su fin la distinción entre Israel y las demás naciones. Así quedó formado el nuevo cuerpo, LA IGLESIA, la cual consiste de todo creyente de toda nación, como dice. «para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre» (Efesios 2:15). Cristo es Cabeza de este cuerpo nuevo, y cada redimido es miembro, pero cada creyente llega a ser partícipe al creer; así se lleva a cabo la Escritura: «Por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu». En el momento que una persona renace, se hace miembro del cuerpo místico de Cristo, o sea la Iglesia; es sellado por el Espíritu, y su cuerpo llega a ser templo del Espíritu (Efesios 1:13).

Esta formación de la Iglesia en el día de Pentecostés fue anticipada por el Señor cuando por primera vez habló de ella. Haciendo referencia al día de su formación, Él dijo a Pedro: “Sobre esta Roca edificaré mi iglesia” (Mateo 16:18). Cuando el Señor habló asi, usó el tiempo futuro, y esto comprueba que todavía no existía la Iglesia.

Ahora, como la dispensación de la Iglesia (o de la Gracia) tuvo su fecha de inicio, asimismo tendrá su fecha de consumación, en el día de la Venida del Señor al aire para arrebatar a la Iglesia al cielo. Con este rapto, la Iglesia terminará su jornada en la tierra.

¡Qué privilegio ser creyente hoy en dia, y miembro de este cuerpo, la Iglesia! Tenemos una herencia celestial; somos herederos de grandes riquezas con un porvenir glorioso. No debemos contentarnos con el mero conocimiento del perdón de nuestros pecados; debemos explorar el territorio de nuestra herencia actual, estudiando las Escrituras, y así poder gozarnos de nuestras bendiciones en Cristo.

Conviene también aclarar que la Iglesia no es el Reino de los Cielos, pero forma parte de él. El Reino de los Cielos abarca a todos los que profesan ser cristianos, tanto en esta dispensación, como en la venidera; y no puede ser diferente del Reino de Dios, porque Mateo utiliza los dos términos sinónimamente en Mateo 19:23-24. Pero frecuen temente Mateo, al hablar del Reino de los Cielos, se refiere no solamente a los verdaderos creyentes, que son los legítimos súbditos del reino, sino también a los falsos que aparentan ser cristianos, y se esconden entre los verdaderos. Lo importante es entender que Jesús dijo: «Mi reino no es de este mundo» en el día de hoy; no es terrenal, ni nacional, sino espiritual. Después del arrebatamiento de la Iglesia, los que creerán durante los últimos siete años proféticos de la septuagésima semana de Daniel, también formarán parte del Reino de los Cielos, porque viene Cristo a establecer su reino terrenal después de la Gran Tribulación. Por consiguiente, en las parábolas del Reino, Mateo habla del fin del siglo, como el día del juicio de las naciones (Mateo 13:49-50).

En cuanto a las llaves del reino, que el Señor prometió a Pedro (Mateo 16:19), ¿qué son? Pedro no guarda la puerta del cielo, pero Pedro tuvo el privilegio de ser el primero en usar las llaves, para abrir una puerta de fe (por medio de la predicación del evangelio) a muchos judíos y prosélitos que creyeron y entraron al reino el día de Pentecostés. Después, Pedro abrió la puerta a los gentiles, cuando predicó el evangelio a Cornelio y sus compañeros romanos.

También, es importante saber que la Iglesia no va a pasar por la Grande Tribulación. Aquello pertenece a otros creyentes después de nosotros, de los cuales debemos saber algunos detalles, para no confundirnos con ellos. Dios reveló sus propósitos futuros en Romanos 11:13-24. Él habla en figura del Olivo, que produce las aceitunas, fuente del aceite que fue el combustible antiguo en el culto. Así el olivo es símbolo de lo que era la fuente de luz espiritual en el mundo, es a saber, la nación de Israel. A causa de la incredulidad de los judíos. Dios cortó a la nación del privilegio de ser luminaria para el mundo. Este cortamiento se ve en Romanos 11 bajo la figura de «desgajar las ramas naturales». Luego Dios «injertó ramas del olivo silvestre», figura de otras naciones, para que los salvados de ellas llegaran a ser partícipes de la savia, y así ser fuente de luz divina en el mundo. En esta dispensación, esa fuente de luz somos nosotros, la Iglesia.

Dios reveló en el mismo capítulo que las ramas silvestres podrán tener un fin parecido al que tuvo Israel (las ramas naturales), es decir, ser desechadas por su infidelidad. En los últimos días, la degeneración o apostasía de lo que se llama «Iglesia» resultará en que ésta será cortada. Así dejara de ser lumbrera en el mundo.

Pero unas ramas naturales, israelitas, QUE NO PERMANEZCAN EN INCREDULIDAD sino que crean, serán reinjertadas en el olivo.

Durante los siete años de la última semana profética de Daniel (Daniel 9:27), el Espíritu Santo, ya quitado del mundo como morador en la Iglesia, volverá a actuar en INDIVIDUOS de la nación de Israel, como en tiempos antiguos. Dos testigos, tal como está profetizado en Zacarías capítulo cuatro, y cuyo cumplimiento vemos en Apocalipsis 11:4, prenderán una antorcha nueva de la luz del evangelio del reino, para predicarlo a los humanos que no habrán rechazado el evangelio de la gracia en el día de hoy (vea 2 Tes. 2:9-12). Dios escogerá de entre los salvados, 144.000 israelitas como sus siervos para llevar la luz de esta nueva antorcha a todas las naciones; el resultado será la conversión de una grande multitud (Apoc. 7:3-9). Terminará aquel período con la Venida del Hijo del Hombre en juicio, para establecer un nuevo régimen en el mundo, el reinado terrenal de Cristo por mil años. Esta será la dispensación del Milenio.

Brevemente se ha dado un bosquejo de las dispensaciones para enfatizar la distinción entre la congregación de Israel y la Iglesia. Abraham, Isaac y Jacob anhelaban una patria celestial, y estarán en el cielo; pero esto no significa que son del mismo cuerpo de la Iglesia. Todos los seres celestiales no son iguales (ángeles, arcángeles, querubines y serafines; cada uno tiene su orden y servicio diferente). Igualmente tendrán posiciones distintas los redimidos de todas las dispensaciones cuando Dios haga su Tabernáculo con los hombres (Apoc. 21:3). Los que rodeaban el Tabernáculo antiguo estaban en grupos distintos: sacerdotes, levitas y las doce tribus. Cada grupo tenía un servicio diferente. Los santos del Antiguo Testamento estarán en su propio grupo, cada uno sirviendo al Señor según su divino placer; pero todos los redimidos no pertenecerán al cuerpo llamado La Iglesia, la cual es «la esposa del Cordero». Juan el Bautista, el último de los profetas antiguos, se ubicó como «amigo del esposo», y no como miembro con los que formamos «la esposa» (Juan 3:29).

3. LAS COSAS NUEVAS

La verdad acerca de la Iglesia no fue revelada a los profetas antiguos. Según Efesios 3:5, ella fue un misterio «que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo».

Entre las cosas nuevas que se notan al empezar a leer el Nuevo Testamento, se destaca la forma en que habló el Señor en el Sermón sobre el Monte. Dijo repetidas veces: «Oísteis que fue dicho a los antiguos… pero yo os digo…» Estas palabras introducen un nuevo patrón para la nueva dispensación. Dios mismo había establecido las leyes dadas a Moisés, pero ahora determinó dar mandamientos más excelentes por medio de su Hijo (Hebreos 1:1-2). Los requerimientos de sus mandatos son mucho más elevados; nos exigen una espiritualidad mayor, con prácticas y justicia superiores a las que se aceptaban bajo la Ley. El Señor dijo: «Si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda… y reconcíliate primero con tu hermano…» (Mateo 5:23). Dios no había sido tan estricto con los judíos, pero ahora exige un comportamiento meticuloso y concienzudo.

Esto en sí demuestra que la comunión y armonía de cada iglesia debe ser meritoria e insuperable. Por consiguiente, las instrucciones y mandatos en las Epístolas son muy rigurosos e instan a una santidad esmerada. Por ejemplo, no se permite la pluralidad de esposas (que es la poligamia), aunque se practicaba en Israel en tiempos de los patriarcas y reyes. Los ancianos que dirigen una iglesia tienen que ser ejemplares, marido de una sola mujer, para que todos los miembros sigan su ejemplo. El Señor nos ha hecho reflejar tanta luz que ya no se puede andar en las tinieblas de la ignorancia. Todo creyente debe aspirar a una santidad y a una consagración total para poder entonar sinceramente los himnos siguientes:

«Consagrarme todo entero.
Alma, vida y corazón…» y,

«¡Tuyo, Señor! Jamás tendré amor
A lo que no te agrade a ti;
Ha muerto el mundo para mí;
Pues, tuyo soy».

Estas expresiones de los poetas cristianos deben ser una realidad en el diario vivir de todo miembro de cada iglesia local. La nueva dispensación es celestial, y superior a las dispensaciones anteriores. Por lo tanto, nuestro comportamiento debe ser como el de Cristo, pues debemos seguir sus pisadas.

Además, hemos de aprender cosas nuevas en cuanto a la Casa de Dios, y el lugar de la adoración y el servicio colectivo. El Señor Jesús reveló a la mujer samaritana que él estaba introduciendo un gran cambio. Ella dijo al Señor que los israelitas decían que Jerusalén era el lugar donde se debía adorar, porque Dios había puesto su nombre en Jerusalén. Israel no tenía derecho de edificar templo en otro sitio. Pero Jesús declaró a la mujer: «La hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre… cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre a tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren» (Juan 4:20-24).

¡Cuán importante es, hermanos, notar este cambio en relación al lugar de la adoración colectiva, donde nos congregamos! Seguir las ordenanzas de Israel es parecido a «poner remiendo de paño nuevo en vestido viejo» (Mateo 9:16). La Casa de Dios en la antigüedad era un santuario terrenal. La construcción y el servicio eran de mucha importancia aun cuando en ese santuario se destacaban las cosas que apelaban más a los cinco sentidos que al espíritu. A continuación, señalaremos las diferencias entre el culto espiritual de hoy y aquel que dependía de los cinco sentidos:

(a) LA VISTA. Cuando la congregación de Israel se presentaba ante Dios en aquel edificio hermoso, ella recibía múltiples impresiones visuales. El Templo estaba forrado de oro y adornado con piedras preciosas. El Tabernáculo también tenía adentro, paredes de oro y muebles de oro. Las cortinas arriba y las puertas estaban adornadas de querubines de azul. púrpura y carmesí. Los sacerdotes llevaban uniformes (efod) de lino y el sumo sacerdote llevaba vestiduras de gloria y hermosura. ¡Qué impresionante a la vista!
El mundo religioso procura imitar estas cosas con templos suntuosos y adornados, pero con relación a las iglesias del Nuevo Testamento, no se hace mención de nada en cuanto a un edificio especial. A veces, una iglesia se reunía en una casa, a veces en una escuela, a veces en un edificio de tres plantas (Rom. 16:5, Hechos 19:9, 20:9). No son las cosas majestuosas a la vista las que Dios requiere ahora, sino la adoración en espíritu y en verdad. El adorno que Dios busca es el de adentro no la gloria de ropa vistosa, con adornos de oro, sino el interno,el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios (1 Pedro 3:2-5). Por supuesto, la importancia de lo de dentro no es excusa para descuidar lo de fuera. Dios es santo y ordenado; por lo tanto el edificio donde se congrega una iglesia, por más sencillo que sea, debe estar aseado, ordenado y decente.
(b) EL OLFATO. La Casa de Dios en Israel estaba fragante con el perfume del incienso que se ofrecía sobre el altar de oro. ¡Cuán agradable a los sentidos! La religión católica procura imitar este olor en sus templos, con inciensos y sahumerios, pero en las iglesias, Dios busca otra fragancia; debemos ofrecerle sacrificios espirituales como olor fragante (Efes. 5:2, Fili. 4:18). La atmósfera de sumisión y obediencia a Dios, de humildad y sinceridad le complace más que un aroma natural.
(c) EL OIDO. Aunque en el Tabernáculo no se utilizaban instrumentos musicales, Dios autorizó en el Templo el uso de los instrumentos que David había inventado y usado (2 Crón. 5:12). El Salmo 150 indica que gozaban de la dulce armonía de una orquesta, con instrumentos variados de viento, de cuerda y de percusión. El Nuevo Testamento carece de toda mención de tales instrumentos en el servicio de la Iglesia. Habla, sin embargo, de cantar salmos, himnos y cánticos espirituales, alabando al Señor en el corazón, y con gracia (Efes. 5:19, Col. 3:16), y 1 Cor. 14:15 habla de cantar con el espíritu y con el entendimiento. Sin los instrumentos melodiosos dentro de su Casa, los cuales indudablemente apelaban a los sentidos, Dios busca la armonía de espíritu de corazones sinceros, que le alaben inteligentemente.
(d) EL GUSTO. Relacionado con el servicio de la Casa de Dios, había los sacrificios. Los sacerdotes siempre comían parte de la carne de ellos, y el pueblo mismo que ofrecía sacrificios de paz o de la pascua, comía de la carne asada. Las fiestas en la Casa de Dios eran ocasiones de comer y de regocijarse; se saciaba el gusto material. Al contrario, Dios no provee nada de esto en la Iglesia. El único hecho relacionado con el comer es la Cena del Señor, y en 1 Cor. 11:20-25 y 34 aprendemos que se debe tomar solamente un poco de pan y un poco de vino como memorial y no para saciar el hambre. La comida no forma parte del servicio de la Casa de Dios; la casa particular de uno es el lugar para alimentar el cuerpo.
(e) EL TACTO. La Ley ceremonial prescribía con rigor lo que se debía tocar y lo que no se podía tocar. Sobre la cabeza del sacrificio, debía colocarse la mano del ofrendante; mientras que se ordenaba no tocar ninguna inmundicia para no contraer contaminación ritual. No existe tal contaminación ritual hoy.
Relacionado al sentido del tacto es el movimiento corporal que produce placer en las danzas, y parte de la alegría en el Templo antiguo se expresaba en esta forma. Pero lejos de hacer mención de tal cosa en la Iglesia de Dios, Santiago 5:13 dice: «¿Está alguno alegre? Cante alabanzas». Las danzas siempre degeneran en la carnalidad como en Éxodo 30:6 y 17 al 19, donde la «fiesta para Jehová» se degeneró en las danzas y el cantar con gritería, que causó el disgusto de Moisés. Lo mismo aconteció en la «fiesta solemne de Jehová en Silo» (Jueces 21:19-25); allí los benjamitas robaron las solteras de entre las que danzaban. El escritor sagrado termina su relato con el siguiente comentario: «Cada uno hacía lo que bien le parecía». En el solo caso cuando David danzó con alegría, su comportamiento provocó celos en su esposa (1 Crón. 15:29, 2 Sam. 6:14-23).
Los judíos se jactaban de su Templo, su altar, sus sacrificios y sus sacerdotes, y despreciaban a los cristianos, por cuanto éstos no tenían nada de estas cosas. Pero el apóstol enseña en la Epístola a los Hebreos, que la iglesia tiene mejores cosas. No tenemos ninguna jerarquía de sacerdotes escogidos, porque todo creyente es sacerdote (1 Pedro 2:4-9). Tenemos un solo Sumo Sacerdote, Jesucristo. «Así que hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar santísimo por la sangre de Cristo… acerquémonos con corazón sincero» (Hebreos
10:19).

Israel tenia rey; la iglesia sólo reconoce a Cristo como soberano y cabeza. No se habla de papa ni arzobispo en la Biblia. Las iglesias formadas por los apóstoles no tenían un jefe como Pastor o Ministro, sino un grupo de ancianos, llamados también obispos y pastores (y en conjunto, el presbiterio). Ellos guiaban al pueblo de Dios por su buen ejemplo, (Hechos 20:17-28, 1 Pedro 5:1-4).

¡Cuántas diferencias, pues, se ven entre la congregación de Israel y las congregaciones o iglesias de Dios en el Nuevo Testamento! Todo esto demuestra la gran necesidad de no seguir las prácticas de Israel, sino de aprender en las Epístolas y en el libro de Los Hechos todas las cosas que el Señor nos ha enseñado para la dirección de las iglesias en esta presente dispensación.

4. EL DISEÑO

Los Hechos de los Apóstoles da la historia de las primitivas iglesias. Sus prácticas forman para nosotros un patrón o un ejemplo que seguir. En las Epístolas, tenemos el mismo dechado descrito en palabras de enseñanza y de corrección. Estas instrucciones son completas. Pablo felicitó a los corintios: «Os alabo, hermanos, porque… retenéis las instrucciones tal como os las entregué… así, pues, todas las veces que comiéreis este pan, y bebiéreis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga». Cristo no ha venido todavía; nos toca pues, retener las instrucciones y cumplirlas hasta que él venga. El día de su Venida será la fecha de la consumación de la Iglesia, y su traslado al cielo.

Hay tres clases de personas que cambian el dechado de la iglesia en alguna forma u otra:

(a) Los que siguen a profetas modernos. Entre éstos se encuentran los Mormones, que aceptan a Joseph Smith como profeta; los llamados «Sólo Jesús», que aceptan a William Branham; los Adventistas, que siguen a Ellen White como profetisa; los Testigos aceptan a Charles Russell como profeta y los Niños de Dios se someten a David Berg («Moisés»).

Cristo dijo: Guardaos de los falsos profetas. Los escritores que han contribuido a la publicación del libro, «El Lugar de su Nombre», no aceptan a ningún profeta moderno.

(b) Los que siguen revelaciones personales dadas “por el Espíritu”. Entre éstos, se destacan los muchos grupos «Pentecostales» (unos llamados Asambleas de Dios, otros Cuadrangulares, etc.), y todos los grupos «Carismáticos». Pero el Espíritu ya reveló el misterio de la Iglesia en la Biblia, y no puede contradecirse. De modo que el que profetiza una nueva revelación que no esté de acuerdo a lo escrito ya, habla por la emoción de su propio espíritu, o de un espíritu engañador, y no por el Espíritu de Dios. Pablo dijo: «Los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados», y «en los postreros tiempos. algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores». Pedro escribió: «Habrá entre vosotros falsos maestros». Juan nos alerta: «Probad los espíritus, si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo». Los que son guiados por el Espíritu, tienen que hablar conforme a la Palabra de Dios. No aceptamos cambios. Pablo dijo: «si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor» (1 Cor. 14:37). ¿No son inspirados todos los libros del Nuevo Testamento? ¿No reconoció el apóstol Pedro que las Epístolas de Pablo son iguales a LAS OTRAS ESCRITURAS? (2 Pedro 3:16). La Epístola a los Corintios está dirigida a «todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro». Los que reconocen el señorío de Cristo no serán llevados por el Espíritu a hacer nada en la iglesia que vaya en contra de lo que Pablo enseñó en sus Epístolas.

(c) Los que son guiados por la sabiduría humana.

Algunos creyentes creen que la Biblia fue escrita para los del primer siglo, y que tenemos que ajustar sus instrucciones al siglo presente. Creen, además, que el avance científico y el desarrollo humano han hecho anticuadas las instrucciones a las Iglesias. Por ejemplo, dicen que las mujeres del primer siglo eran atrasadas e incapaces de asumir una responsabilidad en las iglesias, pero ahora son más adelantadas. Tal idea, ¿no será un desprecio de la autoridad de Cristo, y una negación de su sabiduría en establecer un orden que sirviera hasta que él venga? Además, ¿No es un insulto a las mujeres santas como María Magdalena, las otras Marías y demás mujeres que estaban presentes cuando se formó la Iglesia (Hechos 1:14)? Ellas no eran inferiores a los hermanos, sino superiores en su devoción y aun en su conocimiento de las Escrituras. Posiblemente no haya hermana hoy día con la devoción de María de Betania o que tenga el conocimiento bíblico de Maria la madre de Jesús, quien en su alabanza en Lucas 1:46-55 citó parte de 12 distintas escrituras del Antiguo Testamento.

En relación a la dirección de una iglesia local, reconocemos que según la sabiduría humana sería más eficaz entrenar bien a un sólo hermano para que fuera Pastor, si pudiera poseer todos los dones. Pero reconocemos la sabiduría de Dios en haber establecido en días apostólicos un orden que evitara que una sola persona tuviera el monopolio de una iglesia. Confiamos en el Señor que de igual manera hoy día, Él reparta dones a cada miembro, como él quiera, y levante un grupo de ancianos para apacentar cada iglesia, como en Los Hechos 20:17-28.

¡Qué el Señor nos guarde de hacer como algunos de quienes Pablo profetizó: «Porque vendrá tiempo cuando NO SUFRIRÁN LA SANA DOCTRINA, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias (o deseos), y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas» (2 Tim. 4:3)!

Esta dispensación no ha finalizado todavía, aunque esperamos de un momento a otro la Venida del Señor para arrebatar a todos los miembros de la Iglesia a su presencia. Mientras tanto, debemos hacer como los primeros discípulos quienes “perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones”.

por Neal R. Thomson.

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